sábado, 4 de octubre de 2008
Ni siquiera el Old Parr ha podido contigo
Este título es una frase de un vallenato y me encanta. En varias oportunidades en mi vida he sentido que a esa persona que amé no me la puedo sacar del corazón, la cabeza y el cuerpo, ni con trago. Parece que hay un momento en el proceso de duelo por la pérdida, en el que uno siente que tomando como posesa puede ahogar la pena, pero en realidad lo que ocurre es que la pena termina ahogándolo a uno y lo hace hacer a uno una cantidad de estupideces. Entre ellas seguir emborrachándose y en medio del estado de ebriedad gritar cosas o coger el celular para llamar a pedir explicaciones que no quiere, a hacer reclamos caducos para torturarse con el dolor de oír al otro entero sin asomos de dolor alguno.
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1 comentario:
Imposibilidad de ahogar la penas, las desgraciadas aprendieron a nadar en Confenalco, y ni modo de dejarlas atrás porque precisamente cuando yo fui a tomar el mismo curso me quedaba en los inmensos rodaderos, disfrutando una y otra vez del mismo monótono recorrido, sin preocupación alguna la verdad. Chiquillo irresponsable.
¿Resultado? Evidente, ahora es tiempo de entregarse con resignación a dichas penas, someterse a ellas, a su mil veces repetido dolor amargo y encontrar, a la larga, que es un delicioso sabor el que se puede llegar a experimentar, un sabor tan enajenante que renueva lo otrora antiguo; ¿cómo, si no, hablar de nuevo con un "viejo amor" aún tratándolo como siendo? Ah, pena rejuvenecedora, más efectiva que mil cremas y más perdurable que barriles de botox escurriéndose bajo la piel.
Es preciso entregarse sin contemplación, desde el fondo del vaso, en la decadencia maloliente de fines de semana sin atravesar otro umbral que no sea el del baño por incapacidad de superar al cuerpo, en la melancolía que tan sólo se logra recostado en la ventana de una buseta al son de un triste y casi olvidado bugalú. De hecho, más que preciso debería ser imperativa dicha entrega, no sé, quizá si se sacará alguna ley para que los tristes de cuando en vez nos veamos ante la ineludible responsabilidad de aceptar nuestra condición... al fin y al cabo, cuando tengamos a alguien a nuestro lado y podamos, en teoría, salir de nuestra tristeza irresponsable, nos habremos dado cuenta de que no es suficiente y que es preciso tenerla, cargarla a cuestas, tal vez amarrada de un tobillo, en silencio, porque una vida tan simple no parece digna de ser vivida.
Jódete
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