La estrategia de la suplente
Ser amante es una opción. Uno decide si sigue en ese juego o se retira, lo digo con conocimiento de causa. Ser la querida tiene su lado fascinante y peligroso.
Durante 8 meses fui la Otra. Experimenté la clandestinidad de las llamadas, las excusas para vernos y la honestidad de saber que con él sería solo locura y pasión desesperada.
Ahora que hago memoria recuerdo que, como si tuviera cinco años y estuviera subiéndome a un deslizador por primera vez, inicialmente tuve miedo, luego vértigo, y al final, fue un amortiguado aterrizaje.
Siempre supe cómo terminaría todo aunque me llevé mis sorpresas escuchando una que otra vez, un 'te quiero' deshilvanado, pero honesto. Al final de cada encuentro siempre tuve la sensación de estar con alguien que, más allá de la lujuria, tenía la necesidad de hablar de muchas cosas y de callarse otras tantas.
Por eso, mi experiencia me da la autoridad para entablar mi defensa a las vapuleadas amantes.
Lo primero que puedo decir es que son las amantes, las Otras, las que han pasado a la historia y se han convertido en mito, en ícono de la moda, del sexo, de la belleza y de la feminidad. Baste nombrar aquí a Marilyn Monroe, a Cleopatra, a la Malinche y hasta a Mónica Lewinsky (incluso ella marcó su tiempo). Son ellas las que se han atrevido a ser fieles a sí mismas. Se han dejado llevar por lo que sienten olvidando convencionalismos sociales.
La llamada moza se conforma, porque sabe que no va obtener nada más. Conoce su lugar y no tiene expectativas mayores. Mantiene el bajo perfil. Ahí está su maestría: en convertir cada instante en placentera eternidad.
Se aprovecha del lugar oscuro, del bar escondido, de la llamada en el baño, para mantenerse siempre en el recuerdo, para hacerse desear todo el tiempo.
Es una seductora nata y en su condición de marginal, de clandestina, potencia toda su sensualidad y, por eso, no es gratuito que las oficiales la apoden gata, zorra y loba, todos animales independientes, sagaces y, sí, fascinantes.
Es ultrafemenina, llena de detalles como encajes, tacones, accesorios, perfumes, porque lo de ella es la seducción y el hedonismo.
Por eso, se esmera en estar siempre dispuesta, porque si algo caracteriza a una amante es que tiene actitud. La querida, tiene alma de niña: es curiosa, quiere explorar.
La Otra es comprensiva, sabe guardar silencio, aunque en realidad no siempre escuche. Ella crea el efecto de una terapia, porque no restringe. Pero su silencio debe ser motivo de duda, pues sus movimientos están calculados para conseguir lo que quiere. Lo suyo son el sigilo y la estrategia.
Por estar siempre en la marginalidad, en el lugar escondido, las amantes están llenas del encanto de la mujer fatal.
Una buena amante afina su conversación para ser divertida, sutil, encantadora y, sobre todo, oportuna. La amante es una gocetas y una sibarita, ella sabe su valía y no teme hacerla efectiva, aunque también conoce de sobra que sus derechos son escasos.
Las amantes estaremos en la banca, es verdad, no seremos las protagonistas de la película, sino parte del reparto. Seremos siempre parroquia y jamás catedral.
¡Ni siquiera heredaremos! Luego de ocho meses de estar en esta situación, la conclusión fue la obvia: el tipo se casó feliz. Pero jamás me atreveré a decir que fue tiempo perdido, al contrario, fue una de las experiencias que seguramente recordaré cuando llegue el ocaso de mi vida o, en su defecto, la menopausia.
La gran tragedia a los ojos del mundo es que no nos lleven al altar. Pero la verdadera cuestión es que la frontalidad de una amante no es tolerable de por vida. Por eso, es que siempre estaremos dispuestas, desde la suplencia, a asumir el reto de un nuevo partido.